sábado, 5 de abril de 2014

La historia instantánea comienza así:

Todo comenzó el día que por fin le eché arrestos para plantarme delante de su puerta y llamar al timbre.



El estridente Ding Dong sonó en toda la manzana y me puso el corazón a mil.



Esperé unos segundos eternos intentando que no se notara el temblor de mis piernas. 


Ya me había dado media vuelta para irme, cuando un señor de mediana edad se descubrió tras la chirriante puerta. 

-¡Buenos días! Disculpe mi tardanza en abrir. Me acabo de mudar y tengo todo manga por hombro. ¿Le puedo ayudar en algo?



Por supuesto que me puede ayudar! Mire, me dedico a la venta ambulante de osos de peluche. Pero ¡cuidado!, no me subestime Señor de Bata Marrón. Mis peluches tienen superpoderes. ¿Quiere que le haga un demostración?


Mis peluches tienen superpoderes, pueden cobrar vida y obedecerán todas sus órdenes, ¡incluso le podrán ayudar con la mudanza! Pero tiene que tener en cuenta ciertas condiciones: no les puede dar la luz del sol directa, no se deben mojar y, sobre todo, no les dé de comer pasada la medianoche. ¿Quiere comprarme uno?


-Claro señora, deme uno. Y ahora, ¿por qué no tomamos un trago para cerrar el trato?



¿En serio me había llamado “señora”? Aunque aquel hombre era completamente inocente, sentí total indiferencia mientras observaba como derramaba la bebida sobre el Señor Conejo y éste cobraba vida…  En apenas tres segundos, se lanzó a su cuello y terminó con su vida. Me repetí a mi misma que sólo él era culpable de acabar así, por su torpeza y estupidez. Mientras el Señor Conejo se daba su festín antes de recobrar su forma más amigable, decidí registrar la casa en busca de alguna pista que me indicara donde podría encontrar al hombre que antes vivía allí y por el que había recorrido medio mundo.


En el altillo de un viejo armario, junto a la ventana que daba al jardín trasero, había un cofre. Parecía qué había sido colocado ahí para que alguien lo encontrase. Lo abrí lentamente, con miedo, a sabiendas de que algo importante me iba a encontrar dentro. La foto de los 5 en el concurso de carnaval del 79 y una llave. 





Ding Dong! Ding Dong! -Sonó el timbre de la puerta.



Ding Dong. Ding Dong - Seguía el timbre sonando sin parar. Fui corriendo a abrir la puerta. Cuál fue mi sorpresa cuando me encontré en la puerta a Jake el Perro y Sparky. Desde pequeña siempre pude hablar con los peluches. Era un don. Me quedé inmóvil cuando me dijeron que les habían llegado noticias de que el cofre había sido descubierto. ¿Por qué ese cofre era tan importante? ¿Quién les había llamado a ellos y avisado? Comencé a tener un terrible miedo....

De repente lo entendí todo. Eran ellos los que habían ordenado a mi peluche que matara al Señor de Bata Marrón pensando que era aquel al que todos buscábamos. Ahora habían inactivado al Señor Conejo y venían a por mí. ¡Mis propios peluches se habían vuelto en mi contra!

Sin pensarlo dos veces les di un portazo en las narices, cogí la foto y la llave y salí al jardín trasero por la ventana. ¡Tenía que encontrar al resto!






Una vez a salvo en el cobertizo, me puse a pensar.


A pesar del trato que hicimos tras el fatídico accidente despues del concurso de Carnaval del 79 (cuando prometimos no volver a vernos, ni saber nada los unos de los otros, como si aquello nunca hubiera ocurrido), decidí romper el trato, ya que la situación lo requería, y empecé a buscar sus nombres en la guía telefónica... ¡necesitábamos volver a reunirnos fuera como fuese!


Por desgracia, no era una tarea fácil. La mayoría de nuestras familias optaron por poner tierra y agua de por medio el mismo día del funeral, tras hacernos hacer el juramento. Pero en el fondo, los cinco sabíamos que con el paso del tiempo, cada uno de nosotros intentaría buscar al sastre Julius para conseguir respuestas. Él fue quien hizo los cinco disfraces. El autobús escolar en el que volvíamos de la fiesta sufrió un extraño accidente. Los cinco recordábamos haber subido al vehículo y los primeros momentos del viaje: las canciones, las bromas… hasta que el autobús dio el primer bandazo y empezaron los gritos. Cerré los ojos mientras notaba los volteos y los golpes pero al abrirlos me encontré con las caras de mis amigos. Estábamos los cinco formando un corro y cogidos de la mano en la parada del autobús de nuestro barrio, a más de 20 km de donde la tragedia se llevó a todos nuestros compañeros. En el lugar del accidente, entre los cadáveres esparcidos por el asfalto, se encontraron cinco muñecos ataviados con disfraces similares a los que llevábamos puestos…

Pero aquello pasó hace mucho tiempo y ahora tenía que encontrar al resto, contando con la ayuda de aquella antigua guía de teléfono, abandonada en un cobertizo.


¿Dónde se había metido el sastre Julius?. Era ya muy anciano cuando nos diseñó el disfraz, pero no había podido desaparecer así como así. Es inmortal. Había venido hasta su antigua casa buscando cientos de respuestas y sólo hallé más preguntas. ¿Porqué se mudaba justo ahora?. ¿Sabía que venía a buscarlo?. ¿Cómo sabían Jake y Sparky que estaba allí?. ¿Dónde está ahora Julius?. ¿Porqué me dejó una llave?...

Busque con ansia en la guía telefónica y tras unos inquietantes minutos de llamadas...
-Lo siento. No conozco a nadie con ese nombre ni en ésta dirección.

Era la cuarta respuesta negativa que me encontraba. La situación era desesperante. ¿Dónde se habían metido mis cuatro compañeros?. Ya había caído la noche cuando salí del viejo cobertizo y no podía creérmelo.... mi coche había desaparecido y en su lugar....¿una bicicleta?


Se me ocurrió un último sitio al que ir: la sastrería donde había trabajado Julius, ¡ahí tenían que saber algo de su paradero! Así que subí en la bici y me dirigí rápidamente hacía allí. Durante el trayecto ocurrió algo extraño: la cabeza empezó a darme vueltas y me pareció ver luces de colores a mi alrededor. Cuando, algo mareada, llegué a la sastrería ya estaba cerrada y en la puerta había un cartel en el que decía "Gran Concurso de Carnaval 1979 - confeccionamos su disfraz". 


¿1979? De repente me fijé en los carteles de las tiendas y en los coches aparcados en la calle. Había algo que no concordaba... ¡Al subirme a la bicicleta había viajado atrás en el tiempo! ¡Todavía tenía una oportunidad de evitar el accidente!





Me entró una carcajada de tres minutos. ¡era 1979! ¡podía evitar el accidente! Sólo ese pensamiento ocupaba mi cabeza. Pensé que podía probar suerte e ir a casa de alguno de mis antiguos compañeros porque se supone que seguían viviendo ahí si estábamos en 1979. Pero no me podía presentar allí y contarles todo lo que había pasado porque no me creerían y me tratarían por loca. Sin embargo, si les decía todo lo que sabia de ellos y de sus vidas, podrían creerme. 



Así que me armé de valor y decidí intentarlo y me puse a correr hacia la casa de una de mis antiguos compañeros, dejando la bicicleta ahí aparcada. No me la podía jugar, no podía montarme en ella y viajar otra vez en el tiempo. Al menos tenia que intentar antes evitar el accidente. Por algo estaba allí yo. Como siempre mi frase favorita de que las cosas suceden por alguna razón cobraba mas fuerza que nunca.



Llegué a una de las casas de uno de mis antiguos compañeros y me plante en la puerta en silencio, escuchando solo el ruido del flato porque me había recorrido la ciudad entera para llegar hasta allí y entonces toque la puerta. Tres golpes fuertes y con firmeza con la esperanza de que alguien me abriera la puerta...



El tiempo parecía haberse parado, ¿habría alguien en casa? 

¡Sí! Finalmente la puerta se abrió y allí estaba David, probándose su disfraz de carnaval. Casi lloro de la emoción al verlo, pero me tuve que contener. 

Claro, que él era un niño y yo una "señora" (aunque me fastidie reconocerlo...). Así que eligiendo muy bien las palabras empecé a contarle todo lo ocurrido.

Para que no me tomase como un vieja loca tuve que hacerle una demostración de mi pequeño secreto que él ya conocía: mi poder para hablar con los peluches.
Tras preguntar a David por su peluche favorito, él se sonrojó pero en seguida se fue a buscarlo. Cuando regresó con su zorro de peluche, pregunté a éste cual era el sitio donde David escondía sus ahorros.
-Así que escondes tu dinero dentro al fondo del cajón de las pinturas ¿verdad?
Aunque no me dijo nada, noté en la mirada de mi pequeño amigo que me creía. En ese momento apareció su madre con el gorro del disfraz en la mano y regañando a David por abrir la puerta y hablar con desconocidos. Sin que me diera tiempo a reaccionar, cerró la puerta en mis narices amenazándome con llamar a la policía si volvía a acercarme a su hijo.
Faltaba una semana para carnaval. No podía perder el tiempo!. Tenía que conseguir hablar con los peluches. 
Dí la vuelta a la casa buscando la habitación de mi amigo. Agachada gateé por la puerta que en el matorral de boj nosotros mismos habíamos recortado jugando días antes. 
Ya estaba bajo la ventana de la habitación de de David y con sigilo me asomé. Podía ver los peluches en la cama cuando escuché varias voces y risas de niños.
No me lo podía creer. Éramos nosotros cinco.